Miguel Bosé: “Para mí a sido más difícil ser hijo que padre”.
Afincado en México, Miguel Bosé promociona su primer libro, además autobiográfico. El hijo del capitán Trueno que abarca desde que nació en un hospital de Panamá en 1956 hasta que, con 21 años, se subió por primera vez a un escenario, el del Florida Park en Madrid.
“Este proyecto comenzó en Panamá, cuando dejé España en 2014, y estaba instalado. Tuve unas conversaciones con un amigo escritor colombiano y empezamos a hablar de mi vida y me dijo: ‘Escríbelo’”.
A pesar de que en su mansión de 1.400 metros de Somosaguas había fiestas que duraban dos días seguidos mientras él ibayvolvía del colegio, pudo ser feliz. “Las cosas feas y duras pasan en todas las vidas, pero a nivel olimpo tienen más repercusión y estallan más grueso. A los once años mis padres se separan, fue una vida corta. En aquella época imagino que ni siquiera se planteó acudir a un psicólogo porque no existían: Nada, las cosas entonces según iban sucediendo había que sobrevivir a ellas. Entonces las solucionabas sí o sí”, señala.
De su padre, quien hace 25 años murió, en el libro aún se pregunta en qué le falló: “No llenaba sus expectativas, el heredero de Luis Miguel Dominguín, el Dios sobre la tierra en aquella época tenía que ser cazador, rudo, bruto, mujeriego y decir tacos y yo no hacía nada de eso. Yo tenía demasiada sensibilidad, me gustaba la lectura, la biología, viajar en el atlas, tenía un mundo que no comprendía”.
Entonces comenzó su vida con su madre, sus hermanas, la que él define en blanco y negro: “Sin calefacción, con mucha miseria, con mucha dignidad, manteniendo las apariencias, pero no estaba ya mi padre. Fueron unos años terribles, pero no estaba él, que tocaba los cojones por todos los lados”.
Además, confiesa que tuvo que vivir las constantes infidelidades de su padre a su madre. “En el libro cuento los celos que yo tenía por ese tema con mi madre. Yo no he sido fiel en mi vida, jamás a nadie. Lo llevó en el ADN (ríe)”.
Pero si alguien lo conoció fue el genial pintor Pablo Picasso, en cuya casa pasaban él y sus hermanas Lucía y Paola todos los veranos. “Fue como un abuelo, una persona que me enseñó muchas cosas y que me dio mucha atención. Me conocía muchísimo mejor que mi padre. Él me llevó a la primera clase de baile, no sé qué vio en mí, que era especial. Me llevó al colegio, a pintar con él, me enseñaba sus cosas, sobre el arte, y me pedía que le contara yo qué pensaba y eso no me lo pedía nadie. Me sentí importante con él”.